domingo, 16 de junio de 2013

Negociación Colectiva, ¿para qué?

Fenatral, dentro de su normal proceso de formación e información de líderes de opinión, comparte con sus seguidores, la siguiente nota en base a sendas publicaciones elaboradas por Gonzalo Durán, economista de la Fundación Sol, el pasado mes de mayo, y publicadas en varias páginas de internet.
La Ministra del Trabajo viajó recientemente a Finlandia para conocer la realidad laboral de un país que descolla en varios indicadores de desarrollo. Según la versión oficial, los temas de la agenda serían la seguridad laboral, el sistema de pensiones, la protección social y la salud en el trabajo. Al parecer, nada del sistema de relaciones industriales, aquel que remite directamente al odioso conflicto capital/trabajo.
En Finlandia el 91% de los trabajadores tienen un contrato colectivo de trabajo. En Dinamarca, un 80%, en Noruega un 70% y en Suecia un 90% (cifras oficiales de ETUI). Un rasgo común en las relaciones industriales de los países nórdicos es el nivel o grado de centralización de la negociación colectiva: fundamentalmente a nivel de sector económico.
Chile está en las antípodas. Aquí, 8 de cada 100 trabajadores están cubiertos bajo un contrato colectivo de trabajo y la negociación se lleva casi exclusivamente a nivel de empresas, el más fragmentado posible. Con cerca de 10 mil sindicatos vigentes, es uno de los países con mayor pulverización sindical (cifras Fundación SOL en base a registros administrativos Dirección del Trabajo).
¿Qué hay detrás de estas diametrales diferencias? la literatura especializada, otorga un espacio privilegiado al objetivo que se le confiere a un determinado sistema de relaciones laborales y a la negociación colectiva en particular, en relación a la distribución del poder social y económico de una sociedad.
Hayek, Mises y Rothbard, exponentes típicos de la escuela austríaca de la economía, ponen el foco en las libertades individuales. En ese espacio, la negociación colectiva distorsiona el valor de equilibrio que tienen los salarios en una economía de individuos libres. Ello provoca inevitablemente un problema entre quienes forman parte del sindicato y quienes están buscando un empleo y esperan su oportunidad. Para esta corriente de pensamiento el aumento artificioso del precio del trabajo, es coercitivo para la libre determinación de la tasa de ganancia patronal y para las personas que esperan su oportunidad laboral (ahora más escasa).
Negociación colectiva ¿para qué? se pregunta en este esquema Hayek, a lo cual responde sin mayores problemas: que no exista. Sin embargo, puesto que un mundo donde se prohíban los sindicatos es sencillamente inconcebible, existe una salida menos impresentable para estos gurúes, aunque muy efectiva: encapsularla al nivel de empresas e impulsar una función no distributiva que no afecte la tasa de ganancia (William Hutt).
La filosofía opuesta, es la que esboza Michael Kalecki, que pone el acento en una mayor participación de los salarios en el valor agregado y ahí, la negociación colectiva cumple un rol activador de la demanda agregada (por la vía del estímulo keynesiano) e impacta directamente en la distribución de la renta (al disminuir el margen capitalista y aumentar el margen salarial, en un sentido marxista). En la perspectiva Kaleckiana los salarios no se encuentran en equilibrio e instrumentos como la negociación colectiva transfieren parte del excedente productivo que no es remunerado y que es apropiado por los capitalistas, a los trabajadores (tiene un rol recuperador).
En Chile, el arquitecto de la actual institucionalidad sindical-laboral es José Piñera, economista cuya matriz de pensamiento liberal bebe de una doble influencia: fue uno de los Chicago Boys en tiempos dictatoriales, pero, también, muestra una profunda raigambre con la escuela austríaca de economía, la de Mises, Rothbard y Hayek. Las bitácoras militares que registraron las discusiones previas a la imposición del Plan Laboral de 1979, señalan con nitidez el sello hayekiano. “La negociación colectiva no es un mecanismo para distribuir ingresos”, “las organizaciones sindicales deben marginarse de la actividad política”, “la huelga es absolutamente imposible con la actual política económica”, “los salarios no tienen relación directa con el nivel de utilidades”.
Este pensamiento se imprimió en la institucionalidad laboral chilena que continúa vigente hasta hoy, y que dejó a la negociación colectiva y a la huelga en su mínima expresión.
Volviendo a la comparación del caso chileno con los esquemas nórdicos. ¿Cómo influye el grado de centralización de la negociación colectiva en la consecución del leitmotiv de Hayek, Mises y Rothbard?
Dahl, Maire y Munch (2011), tomando el caso de Dinamarca, encuentran que la descentralización de la negociación colectiva aumenta la dispersión salarial, esto es, incrementa la desigualdad. Mismas conclusiones obtienen Fitzenberger, Kohn y Lembcke (2008) que muestran que la dispersión salarial es mayor en la negociación a nivel de empresas versus la negociación a nivel de rama de actividad económica.
Finalmente, Dell’Aringa y Pagani (2005) señalan que: “…la descentralización de la negociación produce más desigualdad de los salarios cuando es generalizada y radical, y cuando se acompaña de un proceso de des-sindicalización”.
En Chile la negociación colectiva es totalmente descentralizada y su objetivo esencial está en sintonía con la escuela de pensamiento de Mises y Hayek, siendo un nudo clave para entender el actual cuadro de concentración de la riqueza. Si la elite política busca obtener lecciones de los países nórdicos, sin duda es la arquitectura de las relaciones laborales la que puede servir de mejor referencia para mejorar la calidad del trabajo y la capacidad de los trabajadores de decidir sobre su vida, aunque es precisamente por ello que no se mira.
Empresas que pueden continuar sus operaciones como si la huelga no existiese, quiebran la acción sindical, la lógica colectivista y el mecanismo distribuidor de ingresos, que se logra mediante la genuina negociación donde se miden fuerzas. En Chile, eso es permitido por el Estado, mediante el reemplazo legal de los huelguistas desde el día uno del conflicto. Una negociación en esas condiciones, difícilmente conducirá a una mejora en la distribución de ingresos, es más bien, como lo señalan los Tribunales Federales Alemanes y los afectados por la Mackay Radio en el reconocido ensayo de Estreicher, un “Mendigar Colectivo”, situación en la cual, el empresario hace caridad con sus trabajadores, entrega lo que él decide, no hay negociación. En Chile, la posibilidad de reemplazo a contar del primer día de huelga, existe desde 1979, año en que José Piñera, entonces Ministro del Trabajo, elaboró el Plan Laboral-Sindical, vigente hasta el día de hoy.
Visto así, el reemplazo es un dispositivo que tienen los empresarios que atenta contra la libre negociación colectiva, que quiebra el derecho a huelga, que genera y prolonga los conflictos laborales, provocando violencia y malestar en y entre los trabajadores/as. Desde un enfoque menos institucional, el escritor norteamericano Jack London, define a los rompehuelgas (scabs; strikebreakers) como traidores a la clase, situación que, de forma endógena, afecta la unidad entre los trabajadores. Estudios elaborados por la Organización Internacional del Trabajo y otros por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, muestran que los países con mayor participación sindical logran mejores indicadores distributivos. Más allá de una asociación espuria, las investigaciones concluyen la existencia de relaciones causales que son estadísticamente significativas: más y mejor negociación colectiva conduce a menores niveles en la desigualdad de ingresos. En la mayoría de los países donde se obtienen los mejores resultados, el reemplazo de trabajadores en huelga está prohibido y la negociación colectiva se celebra en niveles mixtos, en empresas, pero también por rama de actividad económica.
¿Y CHILE?
Al igual que en el caso norteamericano, nuestro país permite el reemplazo de trabajadores en huelga, y ha inventado (bajo la dictadura de Pinochet) un sistema de negociación colectiva paralelo, que técnicamente, se conoce como negociación no reglada, sin derecho a huelga. De acuerdo a los datos de la Dirección del Trabajo, durante los últimos 22 años, la probabilidad de que un trabajador que negocia colectivamente, lo haga bajo el sistema de huelga prohibida, ha subido en un 120 %. En 1991, de cada 100 trabajadores que negociaban, 13 lo hacían bajo el sistema de negociación no reglada. En 2011, 30 de cada 100 trabajadores que negocian, lo hacen bajo esta modalidad. De los 70 restantes, que sí lo hacen bajo un sistema que permite la huelga, la mayoría es reemplazado en caso de irse a huelga. Esta falsa negociación colectiva, que no distribuye ingresos, y que rompe el espíritu genuino de la acción colectiva, es servil al alto empresariado y constituye un factor relevante a ser considerado al momento de analizar la desigualdad de ingresos.
La legalización de los rompehuelgas en Estados Unidos, generó un gran debate. Hoy, ese estándar, liberal a ultranza, lo aplican muy pocos países en el mundo, siendo Chile uno de ellos.
Hace 34 años, las relaciones colectivas de trabajo se rigen por un decreto impuesto en dictadura, configurador de un modelo de relaciones laborales cuyas características son únicas en el mundo. Lo que en Chile se conoce como Negociación Colectiva, en otras partes no lo es. Urge que, desde las bases, se instale un debate de fondo, respecto a un nuevo modelo de relaciones laborales cuyo eje sea la huelga y la negociación colectiva más allá del nivel de empresas. Tal como lo hacen la mayoría de los países de la OCDE, pero también como lo hacen en Uruguay, en Argentina, en Brasil y en otros países de América del Sur.
Fenatral, sus dirigentes y sindicatos afiliados, dado la importancia y relevancia para todos los trabajadores, hacen un llamado a sus seguidores a indagar, analizar y compartir mayor información, tanto a través de este blog como en las redes sociales en las que cada uno participe o utilice. 

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