miércoles, 16 de septiembre de 2020

Víctor Jara Martínez, 1932 - 1973

Patricio Manns, Angel Parra Isabel Parra, Victor Jara, Rolando Alarcón
 

En todo ser humano, la fecha de nacimiento, en este caso un 28 de septiembre de 1932 en Quiriquina, San Ignacio, Ñuble, puede ser más importante que la de su muerte, pero cuando esta muerte es para acallar a un hombre sencillo pero que a través de sus canciones y sus obras de teatro que dirigió, compartiendo con los más humildes, los más alegres o los más estudiosos, enseñaba mucho a todo aquel que conociera sus cualidades, hasta que fuera injustamente detenido y asesinado por las fuerzas militares, tras el golpe militar de 1973, lo convirtió en un ser inolvidable, que pese a que han transcurrido 47 años nos acompaña día a día, de una u otra forma y que en este año en que Chile despertó con la imagen, las canciones, las frases y el actuar de un inmortal: Victor Jara Martínez.


FENATRAL a través de este blog, no puede dejar de realizar un sentido homenaje al gran Víctor Jara, consientes que cada vez existe mayor información en las redes sociales –la vía libre de información-, en las que se le han realizado múltiples homenajes por su inconmensurable obra musical, que continúa traspasando fronteras, siendo toda su obra reconocida en el mundo entero. La información más completa de toda la extensa tarea de Víctor Jara, su trayectoria y su presencia aún al día de hoy, que perdurará cada vez con más fuerza por el valor que tiene, se puede encontrar en la entretenida y amena página de la  Fundación Victor Jara .

Un 16 de setiembre de 1973 es arrojado el cuerpo sin vida de Víctor Jara en las afueras del cementerio metropolitano de Santiago de Chile. Junto a él yacía Littré Quiroga, director del Servicio de Prisiones, que también había sido hecho prisionero en el Estadio Chile, conocido hoy como Estadio Víctor Jara en homenaje al cantautor.

En la mañana del 11 de septiembre de 1973, Víctor Lidio Jara Martínez tenía planificado cantar en un acto de Salvador Allende en el campus de la Universidad Técnica del Estado (UTE), donde el Presidente pensaba llamar a un plebiscito para que el pueblo decidiera si seguía o no en el poder. El acto estaba fijado para las 12 horas.

Víctor Jara llegó a las 11 con su guitarra y los organizadores del acto de Allende le preguntaron si no sabía lo que estaba pasando. Claro que sé, pero oí por la radio Magallanes que había que ir a sus puestos de trabajo. Bueno, yo trabajo acá y acá estoy, respondió el cantautor, que también era director teatral de la UTE. Tenía casi 40 años.

Tras el toque de queda de las 2 de la tarde, cerca de 600 académicos, estudiantes y funcionarios –incluido Jara-decidieron quedarse. En la madrugada del 12, los militares asaltaron a balazos la UTE y a punta de metralletas sacaron del campus a los detenidos. Los subieron a golpes a buses de la locomoción colectiva y los llevaron al Estadio Chile.


Otro de los detenidos, el periodista Sergio Gutiérrez, contó que el artista “tenía numerosos hematomas en los pómulos, se notaba pálido, muy débil. Su mirada estaba perdida”. Apenas pudo reconocerlo, lo saludó y le preguntó cómo estaba, a lo que Víctor Jara le respondió: Mira mis manos… mira mis manos… me las machacaron para que nunca volviera a tocar la guitarra…”.


Gutiérrez recordó que “sus manos, esas milagrosas manos cuyos dedos deleitaban a millares de trabajadores e intelectuales al pulsar las cuerdas de la guitarra para acompañar sus canciones de protesta y esperanza, ya no eran tales. Estaban hinchadas y parecían tener un solo dedo, gordo y recubierto de sangre. Las pocas uñas que le quedaban estaban negras en su totalidad. Eran las manos más golpeadas que había visto en mi vida”.

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Por fin todo estuvo dispuesto. Con el ataúd sobre un carrito de ruedas, estábamos listos para cruzar hasta el cementerio. Al llegar a la puerta nos encontramos ante un vehículo militar que entraba con más cadáveres. Alguien tenía que ceder el paso… el conductor tocó la bocina y nos hizo ademanes airados, pero permanecimos inmóviles y en silencio hasta que retrocedió para dar paso al ataúd de Víctor. La caminata hasta el lugar del cementerio donde Víctor sería enterrado debió de llevarnos entre veinte y treinta minutos. El carrito chirriaba, y rechinaba sobre el pavimento irregular. Caminamos y caminamos…

Fragmento del libro: Víctor Jara, un canto inconcluso, de Joan Jara.


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