Fenatral, dentro de su normal proceso de formación
e información de líderes de opinión, comparte con sus seguidores, la siguiente
nota en base a sendas publicaciones elaboradas por Gonzalo Durán, economista de
la Fundación Sol, el pasado mes de mayo, y publicadas en varias páginas de
internet.
La Ministra del Trabajo viajó recientemente a
Finlandia para conocer la realidad laboral de un país que descolla en varios
indicadores de desarrollo. Según la versión oficial, los temas de la agenda
serían la seguridad laboral, el sistema de pensiones, la protección social y la
salud en el trabajo. Al parecer, nada del sistema de relaciones industriales,
aquel que remite directamente al odioso conflicto capital/trabajo.
En Finlandia el 91% de los trabajadores tienen un
contrato colectivo de trabajo. En Dinamarca, un 80%, en Noruega un 70% y en
Suecia un 90% (cifras oficiales de ETUI). Un rasgo común en las relaciones
industriales de los países nórdicos es el nivel o grado de centralización de la
negociación colectiva: fundamentalmente a nivel de sector económico.
Chile está en las antípodas. Aquí, 8 de cada 100
trabajadores están cubiertos bajo un contrato colectivo de trabajo y la
negociación se lleva casi exclusivamente a nivel de empresas, el más fragmentado
posible. Con cerca de 10 mil sindicatos vigentes, es uno de los países con
mayor pulverización sindical (cifras Fundación SOL en base a registros
administrativos Dirección del Trabajo).
¿Qué hay detrás de estas diametrales diferencias?
la literatura especializada, otorga un espacio privilegiado al objetivo que se
le confiere a un determinado sistema de relaciones laborales y a la negociación
colectiva en particular, en relación a la distribución del poder social y
económico de una sociedad.
Hayek, Mises y Rothbard, exponentes típicos de la
escuela austríaca de la economía, ponen el foco en las libertades individuales.
En ese espacio, la negociación colectiva distorsiona el valor de equilibrio que
tienen los salarios en una economía de individuos libres. Ello provoca
inevitablemente un problema entre quienes forman parte del sindicato y quienes
están buscando un empleo y esperan su oportunidad. Para esta corriente de
pensamiento el aumento artificioso del precio del trabajo, es coercitivo para
la libre determinación de la tasa de ganancia patronal y para las personas que
esperan su oportunidad laboral (ahora más escasa).
Negociación colectiva ¿para qué? se pregunta en
este esquema Hayek, a lo cual responde sin mayores problemas: que no exista.
Sin embargo, puesto que un mundo donde se prohíban los sindicatos es
sencillamente inconcebible, existe una salida menos impresentable para estos
gurúes, aunque muy efectiva: encapsularla al nivel de empresas e impulsar una
función no distributiva que no afecte la tasa de ganancia (William Hutt).
La filosofía opuesta, es la que esboza Michael
Kalecki, que pone el acento en una mayor participación de los salarios en el
valor agregado y ahí, la negociación colectiva cumple un rol activador de la
demanda agregada (por la vía del estímulo keynesiano) e impacta directamente en
la distribución de la renta (al disminuir el margen capitalista y aumentar el
margen salarial, en un sentido marxista). En la perspectiva Kaleckiana los
salarios no se encuentran en equilibrio e instrumentos como la negociación
colectiva transfieren parte del excedente productivo que no es remunerado y que
es apropiado por los capitalistas, a los trabajadores (tiene un rol
recuperador).
En Chile, el arquitecto de la actual
institucionalidad sindical-laboral es José Piñera, economista cuya matriz de
pensamiento liberal bebe de una doble influencia: fue uno de los Chicago Boys
en tiempos dictatoriales, pero, también, muestra una profunda raigambre con la
escuela austríaca de economía, la de Mises, Rothbard y Hayek. Las bitácoras
militares que registraron las discusiones previas a la imposición del Plan
Laboral de 1979, señalan con nitidez el sello hayekiano. “La negociación
colectiva no es un mecanismo para distribuir ingresos”, “las organizaciones
sindicales deben marginarse de la actividad política”, “la huelga es
absolutamente imposible con la actual política económica”, “los salarios no
tienen relación directa con el nivel de utilidades”.
Este
pensamiento se imprimió en la institucionalidad laboral chilena que continúa
vigente hasta hoy, y que dejó a la negociación colectiva y a la huelga en su
mínima expresión.
Volviendo a la comparación del caso chileno con los
esquemas nórdicos. ¿Cómo influye el grado de centralización de la negociación
colectiva en la consecución del leitmotiv de Hayek, Mises y Rothbard?
Dahl, Maire y Munch (2011), tomando el caso de
Dinamarca, encuentran que la descentralización de la negociación colectiva
aumenta la dispersión salarial, esto es, incrementa la desigualdad. Mismas
conclusiones obtienen Fitzenberger, Kohn y Lembcke (2008) que muestran que la
dispersión salarial es mayor en la negociación a nivel de empresas versus la
negociación a nivel de rama de actividad económica.
Finalmente, Dell’Aringa y Pagani (2005) señalan
que: “…la descentralización de la negociación produce más desigualdad de los
salarios cuando es generalizada y radical, y cuando se acompaña de un proceso
de des-sindicalización”.
En Chile la negociación colectiva es totalmente
descentralizada y su objetivo esencial está en sintonía con la escuela de
pensamiento de Mises y Hayek, siendo un nudo clave para entender el actual
cuadro de concentración de la riqueza. Si la elite política busca obtener
lecciones de los países nórdicos, sin duda es la arquitectura de las relaciones
laborales la que puede servir de mejor referencia para mejorar la calidad del
trabajo y la capacidad de los trabajadores de decidir sobre su vida, aunque es
precisamente por ello que no se mira.
Empresas que pueden continuar sus operaciones como si la
huelga no existiese, quiebran la acción sindical, la lógica colectivista y el
mecanismo distribuidor de ingresos, que se logra mediante la genuina
negociación donde se miden fuerzas. En Chile, eso es permitido por el Estado,
mediante el reemplazo legal de los huelguistas desde el día uno del conflicto.
Una negociación en esas condiciones, difícilmente conducirá a una mejora en la
distribución de ingresos, es más bien, como lo señalan los Tribunales Federales
Alemanes y los afectados por la
Mackay Radio en el reconocido ensayo de Estreicher, un
“Mendigar Colectivo”, situación en la cual, el empresario hace caridad con sus
trabajadores, entrega lo que él decide, no hay negociación. En Chile, la
posibilidad de reemplazo a contar del primer día de huelga, existe desde 1979,
año en que José Piñera, entonces Ministro del Trabajo, elaboró el Plan
Laboral-Sindical, vigente hasta el día de hoy.
Visto así, el reemplazo es un dispositivo que tienen los
empresarios que atenta contra la libre negociación colectiva, que quiebra el
derecho a huelga, que genera y prolonga los conflictos laborales, provocando
violencia y malestar en y entre los trabajadores/as. Desde un enfoque menos
institucional, el escritor norteamericano Jack London, define a los
rompehuelgas (scabs; strikebreakers) como traidores a la clase, situación que,
de forma endógena, afecta la unidad entre los trabajadores. Estudios elaborados
por la
Organización Internacional del Trabajo y otros por la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, muestran que los
países con mayor participación sindical logran mejores indicadores
distributivos. Más allá de una asociación espuria, las investigaciones
concluyen la existencia de relaciones causales que son estadísticamente
significativas: más y mejor negociación colectiva conduce a menores niveles en
la desigualdad de ingresos. En la mayoría de los países donde se obtienen los
mejores resultados, el reemplazo de trabajadores en huelga está prohibido y la
negociación colectiva se celebra en niveles mixtos, en empresas, pero también
por rama de actividad económica.
¿Y CHILE?
Al igual que en el caso norteamericano, nuestro
país permite el reemplazo de trabajadores en huelga, y ha inventado (bajo la
dictadura de Pinochet) un sistema de negociación colectiva paralelo, que
técnicamente, se conoce como negociación no reglada, sin derecho a huelga. De acuerdo
a los datos de la Dirección del Trabajo, durante los últimos 22 años, la
probabilidad de que un trabajador que negocia colectivamente, lo haga bajo el
sistema de huelga prohibida, ha subido en un 120 %. En 1991, de cada 100
trabajadores que negociaban, 13 lo hacían bajo el sistema de negociación no
reglada. En 2011, 30 de cada 100 trabajadores que negocian, lo hacen bajo esta
modalidad. De los 70 restantes, que sí lo hacen bajo un sistema que permite la
huelga, la mayoría es reemplazado en caso de irse a huelga. Esta falsa
negociación colectiva, que no distribuye ingresos, y que rompe el espíritu
genuino de la acción colectiva, es servil al alto empresariado y constituye un
factor relevante a ser considerado al momento de analizar la desigualdad de ingresos.
La legalización de los rompehuelgas en Estados
Unidos, generó un gran debate. Hoy, ese estándar, liberal a ultranza, lo
aplican muy pocos países en el mundo, siendo Chile uno de ellos.
Hace 34 años, las relaciones
colectivas de trabajo se rigen por un decreto impuesto en dictadura,
configurador de un modelo de relaciones laborales cuyas características son
únicas en el mundo. Lo que en Chile se conoce como Negociación Colectiva, en
otras partes no lo es. Urge que, desde las bases, se instale un debate de
fondo, respecto a un nuevo modelo de relaciones laborales cuyo eje sea la
huelga y la negociación colectiva más allá del nivel de empresas. Tal como lo
hacen la mayoría de los países de la OCDE, pero también como lo hacen en
Uruguay, en Argentina, en Brasil y en otros países de América del Sur.
Fenatral, sus dirigentes y sindicatos afiliados,
dado la importancia y relevancia para todos los trabajadores, hacen un llamado
a sus seguidores a indagar, analizar y compartir mayor información, tanto a través de
este blog como en las redes sociales en las que cada uno participe o utilice.
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